¿Y lo bien que me comen las perras? ¿Eh?

Bajad esas cejas, que por una vez no me refería a eso. Esta semana tengo invitada de honor en casa. Aunque de honor no sé si es mucho decir... es una perra -de raza cánida-, una especie de snauser enana, sólo que más pequeña. Se pasea por toda la casa luciendo un kiki patético. Y por si no fuera poca ignonimia, la han llamado Trufa. Aunque Trufi o Trufita son las formas más populares. Yo la llamo bicho o perra, y creo que le hago un favor.

El caso es que la tenemos hasta el sábado, y ya nos hemos caído bien. Acaba como acaban todos estos animales, pegados a mi y pidiéndome mimos y rascadas. Y por supuesto, se acuestan conmigo. Si tan sólo tuviera el mismo éxito con las mujeres... Me ha dado por recordar cuando aún vivía la Gordi (vaaaaale, se llamaba Ada, pero Gordi era mucho más pegadizo). Cuando había examen a la vista y yo no salía de casa, llegaba la hora de comer. Y siempre hacía algo para la Gordi. Nos sentábamos en el salón, ella en el suelo y yo en el sofá, y a comer. Hacía compañía.
De hecho, no me he dado cuenta de lo mucho que echo en falta tener perros hasta que no me han prestado a la miniatura esta... mierdaperra. ¿Qué coño se le da a un snauser minienano raquítico? Si me da por cocerle un guisante, igual revienta del empacho.

Nota para el futuro: no me compraré perros que pesen menos que mi polla.